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Lo religioso, lo político y lo real en cóndores no entierran todos los días: Diego Delgado

  • Diego Delgado
  • Nov 19, 2015
  • 6 min read

RESUMEN

CÓNDORES NO SE ENTIERRAN TODOS LOS DÍAS

GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL[1]

Convirtiéndose con cada vez más fuerza en uno de los clásicos de la literatura colombiana, Gustavo Álvarez Gardeazábal narra su testimonio de vida en medio de la violencia en Tuluá, lugar donde nació y tuvo que ver y vivir amargos momentos que quedaron grabados para siempre en su memoria.

En Tuluá se mueve toda esta historia, y se llega anotar en el libro como esta se va convirtiendo en la realidad de todo un país, un país que esta fraccionado en dos claros bandos, conservador y liberal, que se pelean a muerte por elevar el poder político e ideológico década uno de ellos. El tiempo de la novela fue en tiempos de “violencia”, tiempos en que Colombia fue, ante todo, una guerra de fanatismos de dos bandos, aunque estos buscaran gritar posibles razones y argumentos válidos para matarse unos a otros de la forma más cruel y despiadada; luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán comenzará esta historia, novelística que narra una gran brecha en la historia de una nación.

Encontramos a un primer protagonista de esta novela, León María Lozano, conocido luego como “El Cóndor”, un trabajador de lácteos que por situaciones de la vida y, por si se puede considerar así, golpes de suerte, entra en la casa machista del poder máximo del partido conservador. Se encuentra en este personaje un gran fanatismo por su partido político, dentro de su concepción el defender cada uno de sus ideales políticos debía estar acompañado de sacrificios y atrevimientos que hiciesen prevalecer está casi monarquía, en el poder. Total, su vida, enteramente, tenía rutinas establecidas por el mismo politicismo conservador, leía el diario conservador, educaba en lo conservador, se expresaba como conservador, no escuchaba ideas no conservadoras, se mantenía alejado de todo lo que no estaba predicho por lo conservador, etc.

Al igual que los partidos políticos de la época estaban centrados en dos caras, la otra cara de la novela, si bien una es masculina, es una antagonista femenina. Gertrudis Potes, la otra barricada, la liberal, mantenía su ideal respetuosamente, dando a conocer las verdades a nuestro dichoso conservador, pero no solo ella, como se dijo en el párrafo anterior, todo el partido conservador, desde su casa machista, se ve encarado por un fuerte movimiento femenino, desde el partido liberal, que sin miedo a lo que pueda suceder, expresa la verdad política del país. La valentía de las mujeres, y en especial su voz, es la que hace que se encare completamente una realidad de muertos que nunca se les había achacado a los políticos.

Comienza toda una historia de muestres a diestra y siniestra que solo busca el prevalecer las ideas políticas de un partido político dirigido en Tuluá por “El Cóndor”. Todo por el respeto a la monarquía. Esas muertes empezaron cuando fue asesinado de cinco disparos Rosendo Zapata, el 22 de octubre de 1949. Hasta ese momento la gente no se había querido convencer de que los muertos que aparecían tirados en la calle eran todos de Tuluá. Los hombres de León María Lozano asesinaban de un tiro en la nuca al principio, y después a puñaladas. Luego abandonaban los cadáveres en las calles, sin papeles de identidad. Nadie reconocía los cuerpos, que eran tirados en una fosa común después de que, pasados varios días, no eran reclamados en el anfiteatro.[2]

Terror, secuelas y sangre era lo único que rodeaba a esta novela, sin embargo, estas sangre estaba de la mano de unos siniestros planes de poder, de astucia y de silencio. Por más que no se pueda creer, a este hombre que nunca accionaba muerte, pero que si las dirigía, nunca se le pudo creer como el autor, en palabras más actuales, intelectual de todo un desabastecimiento vital de una población.

Incluso este hombre, como está dicho en el mismo libro, fue considerado como un héroe al defender unas instalaciones educativas que se preparaban macabramente para ser incineradas luego de todo el alboroto causado por la muerte de Jorge Eliécer Gaitán

El libro denota algo muy curioso y es que no profundiza tanto en la vida de la antagonista, solo da pistas de ellos de forma muy holísticas, sin embargo, entra apasionadamente en la vida de aquellos que en la novela no tienen un papel de buena fortuna, es decir, realza, históricamente, en aquellos que tuvieron un futuro desafortunado al convertirse en víctimas de la confrontación política y militante de todo un país. Si bien no entra en profundidad en la vida del antagonista, muestra, de manera muy importante cómo un trabajador de lácteos, en específico un vendedor de quesos, sube del caos mundano a estrados políticos con gran poder; lo muestra como un avance, pero un avance que niega historia, que niega tradición, que niega realidad y que se llena de ambición.

Aunque la novela es una historia completamente de ficción, es una historia que narra, paradójicamente, la realidad intrínseca y tal vez olvidada de un país que se desangró con cada uno de los cadáveres que deambulaban por las calles de sus ciudades. Pero la historia no era tanto cómo era que sucedía esto, sino situar al poder político colombiano, marcado por un control pleno ante el contexto político-social, estos vagabundos que negaban completamente vincularlos a sus líneas de poder.

Paradójicamente también muestra la desilusión y el desenmascaramiento de todo un pueblo ante la sorpresa de saber que era el vendedor de quesos, el creyente, el cuidador de su salud, el atento hombre y el trabajador común quien ahora dirigía toda esta etapa de terror y frivolidad. Un hombre que nunca apretó un gatillo, pero muchos muertos a sus espaldas en las calles quedaron, un hombre que nunca mató mujer, pero que arrepentido mandó mercados para reconciliar, un hombre que en defensa tenía un cuchillo que nuca pudo usar, un compre catoliquísimo y fuerte conservador de las normas religiosas era el sembrador de dolor, rabia y miedo en toda una población.

Gardeazábal tenía un buen uso de la predicción, sabía que sus memorias iban a romper tiempos y espacios, esto que narraba iba a servir en cualquier momento, esto que narraba se iba a volver en realidad en más de un pueblo, en más de una ciudad, en un país. Y es verdad, memorias como esta, memorias de dolor, amargura y tristeza, no se entierran todos los días.

[1] Escritor y político colombiano nacido el 31 de octubre de 1945 en Tuluá. Cursó sus estudios básicos en el Colegio de las Madres Franciscanas. Luego de graduarse de bachiller en el Colegio de los Salesianos de Tuluá continuó sus estudios en la Universidad Pontificia Bolivariana, donde estudió Ingeniería Química hasta que se vio obligado a retirarse tras haber escrito su libro “Piedra Pintada,” el cual criticaba fuertemente al rector. Ingresó a la Universidad del Valle en Cali de donde se graduó con un título en letras en 1970. Sus primeros cuentos fueron publicados en La Estafeta Literaria de Madrid y La Revista Mundo Nuevo de París. En 1971 publicó su libro Cóndores no entierran todos los días tras ganar el Premio Monacor, el cual le brindó gran reconocimiento literario. Seguidamente, recibió el premio Cuidad de Salamanca en 1973 y publicó varias novelas, entre las que figuran La Boba y el Buda (1972), Dabeiba (1973), El bazar de los idiotas (1974), El Divino (1986), El último gamonal (1987), Los sordos ya no hablan (1991) y Las cicatrices de Don Antonio (1997). Muchas de estas novelas han sido traducidas a distintos lenguajes; entre ellos, inglés, alemán, italiano, serbio-croáta, rumano y otros doce idiomas. Además de su vocación por la literatura, Gustavo Álvarez Gardeazábal también ha dedicado gran parte de su vida a la docencia. Es así como dictó clases en la Universidad de Nariño en Pasto, después en Cali en la Universidad del Valle y en la Universidad de San Buenaventura, con tal éxito que muchas veces era necesario conseguir auditorios para acomodar a los numerosos asistentes. En 1980 renunció a la docencia en forma de protesta frente a algunas reformas del gobierno, las cuales, desde su punto de vista, limitaban la libertad de expresión de los profesores universitarios. Gustavo Álvarez Gardeazábal incursionó en la política al ser elegido Concejal de Cali y de Tuluá. Eventualmente llegó a la alcaldía de Tuluá en 1988, su ciudad natal, y fue reelegido en 1992. En 1999, cuando ejercía la labor de Gobernador del Valle del Cauca fue enviado a la cárcel bajo cargos de conducir negocios con narcotraficantes.

[2] http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12775045


 
 
 

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